El prólogo es siempre el comienzo de todo.
No importa el ambiente en el que se desarrolle, si es una noche de tormenta, una cálida playa de las costas de California; una fábrica abandonada, o una abarrotada disqueta con aroma a cubata y cigarrillo.
A veces, todo empieza con un drama, y página tras página se va enredando cada vez más, hasta que se crea un borrón imposible de limpiar.
Por más que queramos, no podemos terminar cada página en el punto deseado, o llevar la historia al desenlace anhelado.
En ocasiones el libro cae al agua, hay pasiones que lo envuelven en llamas, manos que fueron amigas y lo hacen añicos.
Y ahí sigue el libro con el prólogo en blanco, esperando a que vuelvan a escribirlo.
Las historias se truncan, pero siempre pueden escribirse de nuevo. Las manos magulladas se posarán firmes.
Siempre habrá algo bueno que contar. Letras palpadas que nos alegruen el corazón y engrandezca el alma. El prólogo es sólo el principio. Érase una vez...
lunes, 13 de diciembre de 2010
martes, 30 de noviembre de 2010
Todo pasa por algo
El crepitar de las llamas azuzaba las palabras que no querían salir. Gaiden contemplaba en el fuego el rostro de Malia y se preguntaba si algún día podría volver a abrazarla, aunque fuese, volver a verla.
De pronto algo se apoyó en su hombro. Era la cabeza de Doria, que se acababa de quedar dormida. Gaiden apoyó su cabeza contra la de ella, aunque la chica se dio cuenta de que acababa de quedarse dormida y se apartó de golpe.
-No pasa nada, puedes dormir, no me importa-murmuró Gaiden.
Doria estaba roja de la vergüenza. No sabía si le daba más vergüenza haberse quedado dormida haciendo una guardia o el haberse apoyado sobre Gaiden como lo hacía sobre Evon cuando eran novios.
-N-no, da igual, tengo que aguantar, es lo justo-contestó ella, nerviosa.
-Tranquila, Doria, somos amigos-añadió Gaiden, viendo lo tensa que se había puesto-. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y si aún no ha pasado nada entre nosotros, no creo que vaya a pasar ahora, puedes respirar en paz, no te meteré mano mientras duermes.
Doria le pellizcó en la rodilla y ambos rompieron a reír. Una risa. ¿Cuántos días hacía que no se reían? Había perdido la cuenta. Había perdido la cuenta de tantas cosas. Este viaje le estaba costando mil veces más de lo que le costó el de Itasen. Quizá sería no ver el sol, pero de seguro lo que más le costaba era no recorrerlo con aquellas personas que le habían hecho sentir ganas de vivir.
-¿La echas mucho de menos?-preguntó Doria por Malia. La no respuesta de Gaiden evidenció que así era. Le costaba hablar de ello, era muy doloroso.
-¿Sabes esa sensación de desesperanza y angustia, cuando notas que algo te falta y parece imposible que tu cuerpo vaya a recuperarse del golpe?-masculló el chico, y lanzó una piedra contra la hoguera.
Aquella noche soplaba una ligera brisa. La primera brisa que sentía desde que habían llegado.
-De lo que sí sé es de sentirme una estúpida-respondió con un tono amargo-. De perder cosas por ser demasiado racional y nunca jugármela por el corazón.
-A veces, la vista es como una gran apuesta-aventuró el muchacho-. Aunque sepas que tienes unas cartas de poco valor, si sabes utilizarlas en el momento idóneo puedes llevarte todo lo que hay en la mesa.
Doria apoyó su cabeza en el hombro de Gaiden, esta vez despierta, y se acurrucó junto a él. Ambos contemplaron a Hela, al final, como una pequeña estela triste en un firmamento vacío.
-¿Alguna vez te habías imaginado el acabar con Malia?
-Nunca. Aunque por dentro alguna parte de mí lo deseaba, pero tardé mucho en darme cuenta.
-Yo siempre me fijé en Evon-confesó la chica, lanzando un suspiro-. Era tan diferente a mí, tan soñador, esperanzador. Ahora que todo ha terminado creo que tengo que darle una segunda oportunidad a mi corazón.
-Eso es genial-felicitó Gaiden, estrechando a su amiga-. Me alegría mucho volver a veros juntos.
Se produjo un incómodo silencio. Doria carraspeó.
-Dije segunda oportunidad, no error-terció con brusquedad. Doria en ocasiones padecía de cierta bipolaridad. Pecaba de ser tosca y cortante con bastante frecuencia.
-¿Eso ha sido para ti?-lamentó Gaiden, buscando algún tipo de respuesta en el rostro de su amiga. Ella no dijo nada-. Fue un error cada beso que le diste, o los abrazos interminables. No, a lo mejor, cada vez que dijiste que le querías. ¿Así lo sentiste?
-No-negó ella con un hilo de voz-. Pero todo pasa por algo. Creo que hay personas que llegan a nuestra vida única y exclusivamente para hacernos ver que siempre hay algo mejor. Un puente, un nexo.
De pronto algo se apoyó en su hombro. Era la cabeza de Doria, que se acababa de quedar dormida. Gaiden apoyó su cabeza contra la de ella, aunque la chica se dio cuenta de que acababa de quedarse dormida y se apartó de golpe.
-No pasa nada, puedes dormir, no me importa-murmuró Gaiden.
Doria estaba roja de la vergüenza. No sabía si le daba más vergüenza haberse quedado dormida haciendo una guardia o el haberse apoyado sobre Gaiden como lo hacía sobre Evon cuando eran novios.
-N-no, da igual, tengo que aguantar, es lo justo-contestó ella, nerviosa.
-Tranquila, Doria, somos amigos-añadió Gaiden, viendo lo tensa que se había puesto-. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y si aún no ha pasado nada entre nosotros, no creo que vaya a pasar ahora, puedes respirar en paz, no te meteré mano mientras duermes.
Doria le pellizcó en la rodilla y ambos rompieron a reír. Una risa. ¿Cuántos días hacía que no se reían? Había perdido la cuenta. Había perdido la cuenta de tantas cosas. Este viaje le estaba costando mil veces más de lo que le costó el de Itasen. Quizá sería no ver el sol, pero de seguro lo que más le costaba era no recorrerlo con aquellas personas que le habían hecho sentir ganas de vivir.
-¿La echas mucho de menos?-preguntó Doria por Malia. La no respuesta de Gaiden evidenció que así era. Le costaba hablar de ello, era muy doloroso.
-¿Sabes esa sensación de desesperanza y angustia, cuando notas que algo te falta y parece imposible que tu cuerpo vaya a recuperarse del golpe?-masculló el chico, y lanzó una piedra contra la hoguera.
Aquella noche soplaba una ligera brisa. La primera brisa que sentía desde que habían llegado.
-De lo que sí sé es de sentirme una estúpida-respondió con un tono amargo-. De perder cosas por ser demasiado racional y nunca jugármela por el corazón.
-A veces, la vista es como una gran apuesta-aventuró el muchacho-. Aunque sepas que tienes unas cartas de poco valor, si sabes utilizarlas en el momento idóneo puedes llevarte todo lo que hay en la mesa.
Doria apoyó su cabeza en el hombro de Gaiden, esta vez despierta, y se acurrucó junto a él. Ambos contemplaron a Hela, al final, como una pequeña estela triste en un firmamento vacío.
-¿Alguna vez te habías imaginado el acabar con Malia?
-Nunca. Aunque por dentro alguna parte de mí lo deseaba, pero tardé mucho en darme cuenta.
-Yo siempre me fijé en Evon-confesó la chica, lanzando un suspiro-. Era tan diferente a mí, tan soñador, esperanzador. Ahora que todo ha terminado creo que tengo que darle una segunda oportunidad a mi corazón.
-Eso es genial-felicitó Gaiden, estrechando a su amiga-. Me alegría mucho volver a veros juntos.
Se produjo un incómodo silencio. Doria carraspeó.
-Dije segunda oportunidad, no error-terció con brusquedad. Doria en ocasiones padecía de cierta bipolaridad. Pecaba de ser tosca y cortante con bastante frecuencia.
-¿Eso ha sido para ti?-lamentó Gaiden, buscando algún tipo de respuesta en el rostro de su amiga. Ella no dijo nada-. Fue un error cada beso que le diste, o los abrazos interminables. No, a lo mejor, cada vez que dijiste que le querías. ¿Así lo sentiste?
-No-negó ella con un hilo de voz-. Pero todo pasa por algo. Creo que hay personas que llegan a nuestra vida única y exclusivamente para hacernos ver que siempre hay algo mejor. Un puente, un nexo.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Luz
Llegamos perdidos a este mundo, buscando la luz que nos rescató en la más absoluta y densa oscuridad.
Nacemos, crecemos, y seguimos buscando esa luz: Era tan cálida...Pero no parece quedar ni un solo vestigio de ella por ningún rincón del planeta.
Un día, de pronto, entre los suspiros del alma, escuchamos una voz, diferente a todas las escuchadas antes, pero no parece que nadie esté hablando.
Ya no existe el tiempo, se acabó todo lo demás, tan sólo un fulgor cegador, más radiante que la más joven de las estrellas.
Una mano se muestra tendida, repleta de esa luz sacra, emanada por otro corazón.
Siempre estuvimos equivocados, pues buscamos una luz que no existe, si no que surge de los corazones de dos iguales que se encuentran.
martes, 12 de octubre de 2010
Gravedad
Mi gravedad vuelve a actuar, atrayéndome al pozo negro del que nunca termino de salir. Mi mano alzada no basta para aferrarse a algo lo suficientemente firme como para resistir su fuerza.
Otra vez ella. No importa cuantas veces la esquive, siempre acaba dominándome.
Siempre acabo por la senda equivocada.
Siempre y, desgraciadamente, acabo volviendo a creer que es posible vencerla.
Otra vez ella. No importa cuantas veces la esquive, siempre acaba dominándome.
Siempre acabo por la senda equivocada.
Siempre y, desgraciadamente, acabo volviendo a creer que es posible vencerla.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Tiempo
Nuestra permanencia en el mundo es tan sólo un leve pestañeo comparado con el ilimitado universo; una pequeña gota frente la inmensidad del mar, un minúscula piedra contra las dantescas montañas. Estas vidas, las que poseemos, se desvanecen como el polvo. Soplados por los vientos del tiempo. Pero a pesar de ser corta nuestra estancia, es muy intensa la vida que se vive, cada experiencia, cada sentimiento, es parte de esa vida. Nos vamos de la misma forma que venimos, en un instante pasamos de una vida a otra: de la nada a la luz, de la luz al más allá.
Por eso, aunque nuestra existencia es efímera, nunca debemos restarle importancia, pues en cada detalle, en las cosas más pequeñas están las grandiosidades de la vida; siendo la simplicidad la que hace que el mundo sea lo que es.
martes, 31 de agosto de 2010
Bye, bye, hollydays!
Se acabaron las telenovelas de la tarde.
Los anuncios del Tinto la Casera.
El sol abrasador a todas horas del día.
El tener tanto tiempo que hasta abruma la idea de no saber en qué usarlo.
Se acabó el Waka Waka y el Papa americano.
Se acabaron las chonis en ropa interior y botas de pelo (Bueno, en realidad, estas están todo el año).
El tomar un helado bien fresquito, gloria bendita.
El torrarse en la playa o la piscina.
El vente paquí, vente pallá.
Empiezan los estreses.
El tener todo el tiempo correctamente planificado y dosificado para todo.
Los reencuentros.
El trabajo, los estudios.
El quiero que sea viernes.
El frío.
El café calentito en las tardes lluviosas.
El desear que el verano regrese pronto.
¡Adiós, verano, para mí ya terminaste!
miércoles, 25 de agosto de 2010
Un amor que no se olvida
Contemplo el cielo a través de la ventana. Hoy todo es gris, y un huracán se arrastra consigo todo cuando contemplo.
Mis manos comienzan a temblar, y se niegan a colabora en las órdenes que les proceso. Parecen embrujadas por una maldición, la misma que mis piernas, quienes intentan avanzar y fallan en el intento.
Mi cabza divaga muy lejos, pero aún la siento cerca, pues fue en busca de mi corazón, el cuál no se aleja del tuyo, vaya donde vaya.
lunes, 26 de julio de 2010
Ahora creo en ellos
Avancé recelosa con un paso lento, como si mis pies hubiesen abandonado la flexible y tierna carne humana y fuesen una especie de compuesto entre la piedra y el metal. Increíblemente pesadas, inconvenientemente lentas. Con tanta tensión acumulada, incluso aquellas pisadas sobre el parqué fueron como una bomba cuya explosión alertaba a mis enemigos de mi presencia.
Aunque, en realidad, daba igual lo que hiciera. Ellos ya sabían que yo estaba allí.
Lo sabían antes de mi llegada, porque no podría haber ninguna otra persona en el mundo, salvo ellos, que quisieran citarme aquí.
Perdón, he dicho persona. La gente normal los conoce como espectros.
Para mí, personalmente, coşmaruri.
A pesar de que la puerta estaba cerrada, desde el pasillo pude escuchar el graznar de los cuervos y el ulular de las tórtolas. Pobrecitas. Tan inocentes y tan fuera de lugar como yo.
Las paredes ya se encontraban desconchadas, y llenas de pintadas, provocadas por el vandalismo juvenil. A mi derecha tropecé con una encimera, sobre la cuál descansaban los pedazos cristal del espejo colgado sobre ella, el mismo que poseía forma de trébol, completamente oxidado. Unas pequeñas trazas de los extremos dejaron entrever que algún día ese metal fue barnizado con una pintura dorada.
La luz anaranjada del ocaso que se filtraba por la mal tapiada ventana hizo posible que pudiese contemplar el horror que se concentraba en aquellas cuatro paredes.
Eran martillazos, uno detrás de otro. El sonido de los gritos desgarradores de gente que perdía la vida en un asalto a mano armada, chasquidos de dientes, muebles que se quebraban, el filo de un cuchillo atravesando la piel de las víctimas. Y un disparo. Después del disparo llegó la calma. Sólo las moscas después de tanto tiempo continuaban esa macabra escena.
Mi corazón latía muy deprisa, mucho más que cuando me vi perdida en el umbral, entre las malas hierbas y las grietas del tiempo que habían azotado la pequeña villa.
Podría haberme ido si quisiera, pero me pidieron que llegase ahí por alguna extraña razón.
Si hay una regla general para ellos, es que no pueden decirnos lo que quieren, aunque creo que realmente no lo saben, simplemente es un instinto que les aferra, y la impotencia de no poder solucionarlo va turbando aún más lo poco que queda de su conciencia.
Así que, no me quedó más remedio que agudizar mis sentidos al máximo, y no confiarme sólo de lo que los ojos pudiesen ver, ni de lo que los oídos pudiesen escuchar, mucho menos lo que las manos pudiesen tocar.
El engaño debe ser procesado por todos y cada uno de los sentidos, hasta que llegue al Juez Patriarca: la mente.
Al tropezarme con ellos, inevitablemente, me convertí en su Ghid, uno de los pocos que puede sentir sus horrores, interpretarlos, y ser como el saco de boxeo sobre el que descargan su ira.
Cuando llegué al final del recibidor pasé bajo un arco de madera comido por el moho y la humedad.
A mi derecha se encontraba el pasillo que llevaba al resto de las habitaciones.
Aquí note una punzada más de dolor en el pecho. Una ráfaga de aire frío me golpeó como si fuese un huracán.
La mujer de unos cuarenta años salía de la tercera puerta de la derecha, al fondo. Corría, gritaba y propinaba maldiciones. Sus brazos estaban llenos de cortes provocados por algún objeto afilado y no llevaba ningún tipo de ropa que cubriese sus pechos.
Un poco más atrás la perseguía un hombre de la misma edad, increpándola y ordenándola que se detuviese.
Alzaba en su mano derecha un machete de caza bañado con la sangre de aquella mujer.
Por más que corrió fue alcanzada al llegar a mi posición. El hombre se abalanzó sobre ella, provocando que cayese de bruces contra el suelo, provocando un sonoro chasquito que le rompió la nariz a la mujer.
Y poco después, llegó el corte en el cuello que la hizo desaparecer.
Ella le pidió que se detuviese. Por favor. No tuvo compasión.
Ni tan si quiera por el hijo pequeño que tenía.
En ese mismo instante, años después, seguía vivo ese recuerdo.
Pero ella ya no corría, pero seguía gritando. No caminaba, ni si quiera sé cómo hacía para moverse.
El caso es que estaba allí, junto a la tercera puerta de la derecha, al fondo.
Sólo recuerdo su cara, pálida, y los ojos lloros. El resto de su cuerpo afloraba como una telaraña suspendida en el aire.
Sí, yo también hubiera dicho que estoy loca. Siempre me reí de la gente que creía en estas cosas.
Pero la vida me llevó por ese pedregoso camino de sombras.
No me queda otro remedio que aceptarlo: Ahora creo en ellos.
------------------------------------------
Coşmaruri: Pesadilla en rumano.
Ghid: Guía en rumano
------------------------------------------
Capítulo piloto de futuro relato: Ahora creo en ellos.
Aunque, en realidad, daba igual lo que hiciera. Ellos ya sabían que yo estaba allí.
Lo sabían antes de mi llegada, porque no podría haber ninguna otra persona en el mundo, salvo ellos, que quisieran citarme aquí.
Perdón, he dicho persona. La gente normal los conoce como espectros.
Para mí, personalmente, coşmaruri.
A pesar de que la puerta estaba cerrada, desde el pasillo pude escuchar el graznar de los cuervos y el ulular de las tórtolas. Pobrecitas. Tan inocentes y tan fuera de lugar como yo.
Las paredes ya se encontraban desconchadas, y llenas de pintadas, provocadas por el vandalismo juvenil. A mi derecha tropecé con una encimera, sobre la cuál descansaban los pedazos cristal del espejo colgado sobre ella, el mismo que poseía forma de trébol, completamente oxidado. Unas pequeñas trazas de los extremos dejaron entrever que algún día ese metal fue barnizado con una pintura dorada.
La luz anaranjada del ocaso que se filtraba por la mal tapiada ventana hizo posible que pudiese contemplar el horror que se concentraba en aquellas cuatro paredes.
Eran martillazos, uno detrás de otro. El sonido de los gritos desgarradores de gente que perdía la vida en un asalto a mano armada, chasquidos de dientes, muebles que se quebraban, el filo de un cuchillo atravesando la piel de las víctimas. Y un disparo. Después del disparo llegó la calma. Sólo las moscas después de tanto tiempo continuaban esa macabra escena.
Mi corazón latía muy deprisa, mucho más que cuando me vi perdida en el umbral, entre las malas hierbas y las grietas del tiempo que habían azotado la pequeña villa.
Podría haberme ido si quisiera, pero me pidieron que llegase ahí por alguna extraña razón.
Si hay una regla general para ellos, es que no pueden decirnos lo que quieren, aunque creo que realmente no lo saben, simplemente es un instinto que les aferra, y la impotencia de no poder solucionarlo va turbando aún más lo poco que queda de su conciencia.
Así que, no me quedó más remedio que agudizar mis sentidos al máximo, y no confiarme sólo de lo que los ojos pudiesen ver, ni de lo que los oídos pudiesen escuchar, mucho menos lo que las manos pudiesen tocar.
El engaño debe ser procesado por todos y cada uno de los sentidos, hasta que llegue al Juez Patriarca: la mente.
Al tropezarme con ellos, inevitablemente, me convertí en su Ghid, uno de los pocos que puede sentir sus horrores, interpretarlos, y ser como el saco de boxeo sobre el que descargan su ira.
Cuando llegué al final del recibidor pasé bajo un arco de madera comido por el moho y la humedad.
A mi derecha se encontraba el pasillo que llevaba al resto de las habitaciones.
Aquí note una punzada más de dolor en el pecho. Una ráfaga de aire frío me golpeó como si fuese un huracán.
La mujer de unos cuarenta años salía de la tercera puerta de la derecha, al fondo. Corría, gritaba y propinaba maldiciones. Sus brazos estaban llenos de cortes provocados por algún objeto afilado y no llevaba ningún tipo de ropa que cubriese sus pechos.
Un poco más atrás la perseguía un hombre de la misma edad, increpándola y ordenándola que se detuviese.
Alzaba en su mano derecha un machete de caza bañado con la sangre de aquella mujer.
Por más que corrió fue alcanzada al llegar a mi posición. El hombre se abalanzó sobre ella, provocando que cayese de bruces contra el suelo, provocando un sonoro chasquito que le rompió la nariz a la mujer.
Y poco después, llegó el corte en el cuello que la hizo desaparecer.
Ella le pidió que se detuviese. Por favor. No tuvo compasión.
Ni tan si quiera por el hijo pequeño que tenía.
En ese mismo instante, años después, seguía vivo ese recuerdo.
Pero ella ya no corría, pero seguía gritando. No caminaba, ni si quiera sé cómo hacía para moverse.
El caso es que estaba allí, junto a la tercera puerta de la derecha, al fondo.
Sólo recuerdo su cara, pálida, y los ojos lloros. El resto de su cuerpo afloraba como una telaraña suspendida en el aire.
Sí, yo también hubiera dicho que estoy loca. Siempre me reí de la gente que creía en estas cosas.
Pero la vida me llevó por ese pedregoso camino de sombras.
No me queda otro remedio que aceptarlo: Ahora creo en ellos.
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Coşmaruri: Pesadilla en rumano.
Ghid: Guía en rumano
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Capítulo piloto de futuro relato: Ahora creo en ellos.
jueves, 8 de julio de 2010
Seré
No es necesario que solicites mi ayuda; la tienes antes de que llegue el problema.
Si la noche más oscura llega, buscaré al sol para que pueda prestarme retazos de la luz que desprende, y que puedan iluminarte por siempre.
Cuando dejes de creer, yo seré quien escuche tus plegarias.
Consecuentemente, me convertiré en tu sonrisa, en la desgracia del llanto, en el fatídico momento que lleguen los pesares a tu vida.
Si la noche más oscura llega, buscaré al sol para que pueda prestarme retazos de la luz que desprende, y que puedan iluminarte por siempre.
Cuando dejes de creer, yo seré quien escuche tus plegarias.
Consecuentemente, me convertiré en tu sonrisa, en la desgracia del llanto, en el fatídico momento que lleguen los pesares a tu vida.
domingo, 23 de mayo de 2010
La vida
Hoy, como de casualidad, después de mucho tiempo sin ver televisión como Dios manda, intentando evadirme de mi propia mente, comencé a ver el último capítulo de una serie que veía hacía varios años, y que, con el desgaste del tiempo, acabó aburriéndome.
A veces, en determinadas ocasiones, una frase pronunciada en el momento idóneo, venga de donde venga, te hace reaccionar, y plantearte a veces todas aquellas cosas que has hecho o, por el contrario, las que estén por llegar.
Lo importante de la vida no es el destino, sino el trayecto. Cuánta razón.
El tren puede parar en cualquiera de las múltiples paradas, puede ser un viaje largo, que cruce sinfín de regiones, que atraviese montañas, que se haga en una madrugada, o a la víspera del amanecer.
Puede que el vagón se caiga a trozos, también es probable que sus pasajeros antes de bajarse hagan bandalismo salvaje, que los tapetes de los asientos desgarrados se queden así para siempre.
Pero cuántas anécdotas, qué de gente sube y baja del mismo vagón. Hay gente a la que no le importa lo que dure el viaje, les gusta ese tren y no tienen intención de hacer transbordo para que otro más rápido les lleve a donde quieran.
Y que lo más importante es la historia que conduce aquella vieja locomotora, que se mantenga firme, sin salir del carril, aunque se averíe, siga moviendo sus chirriantes ruedas de metal oxidado. Que las mejores maletas que se llevan en el viaje son todas y cada una de las pruebas superadas, los clichés abandonados, la estela de los sueños que dimos por imposibles.
En la oscuridad de la cabina, cuando ya se acerque la medianoche, poder encender una pequeña bombilla y contemplarse las manos sangrantes de haber estado conduciendo sin parar, y en lugar de berrear, simplemente alegrarse y pensar: Que fue un placer el haber hecho el viaje poniendo empeño en ello; porque mientras alguien te recuerde siempre serás eterno.
A veces, en determinadas ocasiones, una frase pronunciada en el momento idóneo, venga de donde venga, te hace reaccionar, y plantearte a veces todas aquellas cosas que has hecho o, por el contrario, las que estén por llegar.
Lo importante de la vida no es el destino, sino el trayecto. Cuánta razón.
El tren puede parar en cualquiera de las múltiples paradas, puede ser un viaje largo, que cruce sinfín de regiones, que atraviese montañas, que se haga en una madrugada, o a la víspera del amanecer.
Puede que el vagón se caiga a trozos, también es probable que sus pasajeros antes de bajarse hagan bandalismo salvaje, que los tapetes de los asientos desgarrados se queden así para siempre.
Pero cuántas anécdotas, qué de gente sube y baja del mismo vagón. Hay gente a la que no le importa lo que dure el viaje, les gusta ese tren y no tienen intención de hacer transbordo para que otro más rápido les lleve a donde quieran.
Y que lo más importante es la historia que conduce aquella vieja locomotora, que se mantenga firme, sin salir del carril, aunque se averíe, siga moviendo sus chirriantes ruedas de metal oxidado. Que las mejores maletas que se llevan en el viaje son todas y cada una de las pruebas superadas, los clichés abandonados, la estela de los sueños que dimos por imposibles.
En la oscuridad de la cabina, cuando ya se acerque la medianoche, poder encender una pequeña bombilla y contemplarse las manos sangrantes de haber estado conduciendo sin parar, y en lugar de berrear, simplemente alegrarse y pensar: Que fue un placer el haber hecho el viaje poniendo empeño en ello; porque mientras alguien te recuerde siempre serás eterno.
domingo, 25 de abril de 2010
Caminando en esta vida
Para bien o para mal puedo elegir que es lo que anhelo en esta vida, y con ello disfruto.
A pesar de todo, en la alegría se halla también la tristeza, puesto que si no hubiese nada que lamentar no habría nada que agradecer.
Las malas experiencias que vivimos nos ayudan a valorar lo que teníamos antes de haberlo perdido, y a ser conscientes de quiénes somos hoy.
Debemos disfrutar de todos los matices que nos aporta la vida. Debemos disfrutar incluso con nuestro propio dolor, fuente de sabiduría.
A pesar de todo, en la alegría se halla también la tristeza, puesto que si no hubiese nada que lamentar no habría nada que agradecer.
Las malas experiencias que vivimos nos ayudan a valorar lo que teníamos antes de haberlo perdido, y a ser conscientes de quiénes somos hoy.
Debemos disfrutar de todos los matices que nos aporta la vida. Debemos disfrutar incluso con nuestro propio dolor, fuente de sabiduría.
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