miércoles, 30 de diciembre de 2015

Rota



Un aliento gélido expirado en mitad del claro antes del primer signo del alba era el pistoletazo de salida para una marcha más, como todas las iniciadas durante los días pasados de la que había sido para nosotros dos aquella tortuosa encomienda.
A decir verdad, todas las anteriores habían sido, en mayor o menor medida, igual de dificultosas, pero esta, en concreto, había hecho mella en nosotros como nunca antes habíamos experimentado. Hiromi me contempló con una media sonrisa, hecha un ovillo con las mantas, al abrigo de una centenaria secuoya que fue su protectora durante toda la noche. Su rostro, magullado de tantas batallas, aún era el lienzo sobre el que una viva mirada se sostenía, absorviendo la esencia de todo aquello que le rodeaba. La animé a proseguir nuestra andadura y se puso en pie sin rechistar, como había hecho siempre, por más que la llevara a rastras a un acantilado nunca oponía resitencia.
Anduvimos en silencio, algo que ya era habitual, siendo nuestros pasos  los únicos que quebraban la calma en la lejanía, con un desgarro de madera reseca y gravilla.
Había pasado algún tiempo desde aquello, pero ninguno de los dos habíamos vuelto a ser los mismos de siempre.
Desde pequeño me había movido a la vereda de mis ideales, tratando de encontrar fuera el reflejo de lo que sentía por dentro, todas las ocasiones en vano, sin desistir, manteniendo el espíritu férreo, inquebrantable, tozudo y tenaz.
Cuando una idea se me planta muy definida en la cabeza, ya no escucho más voz que la de mis anhelos, creyendo que todas las demás son simples falacias que no tienen más intención que la de arrebatarme el sino.
Y fue en una de esas en las que nuestra lucha peligró.
Hiromi se detuvo, de pronto, apoyándose en el tronco de un árbol y comenzó a respirar con dificultad.
-¿Te encuentras bien, pequeña?-quise saber-. Podemos parar un rato, si quieres, aún es temprano, aún no se fundieron las sombras.
Hiromi negó con la cabeza.
-Tranquilo, puedo seguir-sostuvo Hiromi-. Sólo necesitaba una bocanada. Nunca hemos detenido el caminar, no será a estas alturas la primera vez.
Me agaché hasta posicionarme a su altura y aprecié como temblaba, apenas sosteniéndose en pie, aferrada a la corteza del árbol para no perder el equilibrio.
-Has hecho esto mucho tiempo sola, debemos ayudarnos si queremos llegar a nuestro destino-indiqué, colocando una mano sobre sus diminutos y heridos dedos.
Hiromi me miró, como hacía tiempo que no lo hacía, con esa esperanza renaciente en mitad de la amargura. Como la promesa que nunca debió romperse o los límites que nunca debieron inventarse. La pequeña se dejó auxiliar, por lo que la subí a mi espalda con la idea de cargarla sobre mis hombros.Era un peso muerto, como un saco de cemento, sin alma ni sin vida, poco más que un montón de escombros. En ese momento temí por nuestro cometido, pues mi amiga estaba al borde del desfallecimiento, nunca antes la había visto tan amedrentada. Nos habíamos pasado demasiado tiempo bajo las ramas de aquel bosque en el que la niebla espesa arrebataba poco a poco el vigor y la fuerza del que lo respiraba.
-Queda poco, Hiromi, has sido una valiente-elogié-. Has combatido como una campeona.
-Sólo hice lo que me pedías, Raven, nada más-declaró con un tono de voz somnoliento.
Aún notaba algo de calor que expiraba de su cuerpo. Debía mantenerla despierta, para evitar que esa espesa niebla la devorase por completo.
-Ha sido un año duro, pero casi está hecho-celebré, alzando la voz, tratando de  contagiarle algo de mi ánimo.
-Ha sido horrible-terció-, pero sí, hemos dado lo que hemos podido.
En mi mente seguía aún el duro suceso que había provocado que Hiromi se encontrase así. No habíamos mencionado lo ocurrido y era parte de que nuestra relación se hubiese vuelto tan fría como el entorno en el que nos movíamos.
-A propósito de lo ocurrido...
-No te tortures más, Raven-interrumpió, notablemente irritada-. Sé que no fue intencionado.
-Aun así no puedo evitar mirarte y sentirme mal por haber permitido que sucediera, Hiromi-lamenté.
Hiromi y yo viajábamos solos desde hacía mucho tiempo. Le había prometido que la llevaría hasta Archiria, donde podría vivir lejos de un mundo tan hostil. Pero el viaje era largo y lleno de peligros que acechaban a cada momento. No lograba recordar en qué momento de mi vida la había conocido, pero hasta donde me alcanzaba la memoria siempre había estado  a mi lado. Era la parte más inocente de este mundo impío, la única razón que me otorgaba vivacidad en mitad del tormento. A lo largo de nuestro recorrido había vivido momentos dulces y amargos, habíamos crecido, conocido diferentes ideas, cambiado las nuestras, refutado las creencias, ratificado ideales. Durante breves periodos de tiempo habíamos añadido personas a nuestra causa, las cuales se perdían por el camino o decidían tomar atajos para volvernos a encontrar más adelante. Pero siempre ella y yo éramos los que quedábamos al final del día.
Este bosque de secuoyas, en el que nos aventuramos un año atrás, trajo consigo la compañía de un guía que se nos presentó como El Guardián del bosque. Nos aseguró que conocía todos los rincones de la espesura y que bajo sus indicaciones llegaríamos muy lejos. Hiromi no se acababa de creer tal discurso, pues ella aseguró que sus rasgos físicos y su manera de hablar era muy similar a algunos guerreros de regiones remotas a los que habíamos sorteado con anterioridad. El Guardián juró y perjuró que no había salido jamás de ese bosque y no se debía más que a coincidencias de la naturaleza y que había guiado a tantos nómadas a lo largo de su existencia que había adoptado su extraño lenguaje. Hiromi y yo accedimos a que nos acompañara en el viaje, pues un aliado siempre es un punto a favor en mitad de un camino rocoso, en el que sostenerte cuando flaqueas, en el que poder permitir bajar la guardia por un momento. Al principio nos sorprendió, en efecto, los amplios conocimientos que tenía sobre la naturaleza que nos rodeaba y la gran cantidad de anéctodas que guardaba bajo el brajo, después de tantos años de experiencia en la vida, frente a los cuales Hiromi y yo nos sentíamos meros principiantes en la aventura de la supervivencia. Casi sin darnos cuenta, El Guardián se convirtió en uno más de los nuestros, luchando los tres contras las adversidades que se nos plantaban, confesando nuestros anhelos e ideales, descubriendo que teníamos diferencias, pero también nos unían las pasiones. Era difícil pensar que hubo una época lejos de aquel cobijo en el que incluso olvidamos lo dañina que era la niebla que cubría las ramas de las secuoyas, ignorando a los aliados esporádicos que nos prevenían sobre El Guardián del bosque, pues tenía fama de embaucador. Ignoré todas y cada una de las advertencias ¿Cómo algo que hacía sentir tan bien podía ser dañino?
Empecé a dejar de lado mi propósito original y comencé a vislumbrar unos nuevos, marcándome nuevos horizontes. Desgraciadamente también aparté a Hiromi, pues a El Guardián no parecía agradarle, pues consideraba de bajeza su actitud, menospreciándola y humillándola cada vez con mayor frecuencia e intensidad. No vi nada de eso, sólo observaba, como un recuerdo latente de algo no ocurrido, el futuro brillante más allá del bosque. Un buen día, como lo pudo ser otro cualquiera, me despertó a media noche, cuando aún Hiromi dormía, y me pidió que lo acompañara a dar un paseo, pues algunos pesares lo atormentaban desde hacía tiempo y necesitaba aclarar sus ideas. Como había hecho siempre, lo acompañé sin más dilación, sin preguntar, considerando siempre que cualquier decisión adoptada por él era siempre la más sabia. Sin tener tiempo a reaccionar me dijo que había escuchado a un grupo de peregrinos que viajaba por el bosque hacía unos días, que había escuchado sus propósitos y consideró que lo más apropiado sería guiarlos a ellos, pues sus ideas eran más cercanas a las suyas, y sintió que no podía ir más allá, cargando con un una cría estrafalaria y un enclenque. Me repitió una y otra vez que lo hacía por nuestro bien y que si el día de mañana necesitábamos su ayuda siempre estaría ahí para nosotros, que tan sólo debía utilizar el walkie-talkie en la frecuencia que ya conocía. No supe qué decir, no supe qué hacer, mientras se alejaba como un desgarro del viento. En mitad de la nada grité, desubicado, tratando de entender el por qué había sucedido todo, si creía que habíamos formado una triada invencible, capaz de anteponerse a cualquier adversario. Entonces entendí que no había jugado bien las reglas del juego y que había apartado a mi razón de ser desde el inicio, que me había traicionado a mí mismo en pos de una realidad inexistente. Me encontraba perdido en la oscuridad, sin manera de saber cómo volver atrás y recuperar a Hiromi. Clamé su nombre desde la penumbra, en un grito ahogado y desesperado. Necesitaba encontrarla, necesitaba reparar el vínculo que habíamos destruído, retornar a nuestros orígenes. Corrí como nunca había corrido, me choqué contra varios árboles, convirtiendo mi ropa en apenas unos jirones, hiriendo mis manos, desgarrando mis talones, y cuando la noche dejó de ser oscura logré regresar al claro donde había dejado a Hiromi, encontrándola mal herida en el suelo, presa de unas hienas que habían aprovechado la soledad para devorarla, pero ella no se rindió, siguió luchando porque sabía que volvería a buscarla. Eso me dijo. Ni un solo reproche, ni un ápice de rencor. Siempre había estado ahí, esperando en mitad de la oscuridad a que volviese por ella.
-No volveré  a dejar que suceda-proseguí-. Cualquiera que decida unirse a nuestra causa debe creer en ella.
Hiromi sonrió. No pude verle la cara, pero pude sentirlo.
-Quizá nuestra causa es un imposible.
-Si nosotros no creemos en ella, no encontraremos a nadie que lo haga.
Lancé un suspiro al aire.
-Soy una carga para ti-masculló Hiromi-. Lo mejor sería que me dejaras aquí y seguir por tu cuenta. Sería lo más fácil.
-Dejarte aquí sería renunciar a quien soy-reprobé-. No, Hiromi, aunque llegemos los dos solos a Archiria, jamás volveré a apearte en el sendero. Es nuestra lucha, de los dos. Somos las dos caras de una moneda, sin el uno no existe el otro.
Hiromi se aferró a mí con fuerza.
-Volverá el día en el que recupere de nuevo el fulgor que perdí y podré luchar a tu lado como lo hice en otrora.
-Juntos formamos un gran equipo-alenté, emocionado-. Hemos conseguido mucho cooperando. Si bien es cierto que no siempre hemos obrado bien, que en muchas ocasiones hemos elucubrado mal para poder seguir adelante, hemos dañado a mucha gente, pero también tengo que añadiir que en muchas fue a causa del temor y la inexperiencia.
-Y que si algo tiene la niebla es que ya hemos respirado tanto su aroma que somos prácticamente inmunes a su veneno-añadió Hiromi, con voz aún cansada pero con un tono más jovial.
Seguimos caminando unos minutos más y contemplamos a lo lejos el final del bosque, cuyo centelleo era casi cegador. Un año caminando bajo el bosque de secuoyas que por fin llegaba su fin. Desconocíamos qué habría más allá de los troncos marchitos, cuántos enemigos habría que derribar y cuántos aliados encontraríamos a lo largo del nuevo sendero. El Guardián del bosque comenzó a hablar por el walkie-talkie, como hacía algunas veces. Nunca se interesaba por conocer el estado de salud de nosotros dos, simplemente hacía apariciones esporádicas para contarnos experiencias mundanas o anécdotas sin importancia sobre su día a día con nuevos viajeros. Descubrí entonces lo absurdo que había sido aferrarse a un sentimiento que no era más que los restos de un sinsentido disfrazado de esperanza. Me arranqué el aparado de la cintura y lo arrojé bien lejos. Lo único que necesitaba para seguir adelante lo había tenido siempre conmigo y cargar con ese peso sobre los hombros era el mayor orgullo del que podía presumir. Sobre mis manos heridas siempre estaría escrito. Porque la nuestra era una historia rota, pero también una historia que se construye a base de pedazos.



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