Estamos vivos porque sufrimos y llevamos cicatrices.
Estamos vivos cuando el dolor es tan fuerte que abrasa nuestra garganta y no podemos frenar el llanto.A veces, el miedo y la vergüenza nos dan la vida; nos estremecemos y agachamos la cabeza.
Estamos vivos hasta cuando deseamos el dejar de estarlo.
En ocasiones, cuando el corazón se acelera al escuchar tu nombre saliendo por su boca,en el momento en el que el absurdo te hace soltar una carcajada; cuando alzas la cabeza y miras de frente, sabiendo que cuentas con el honor y el valor entre tus filas; al escuchar una canción, para ti especial, en la radi; cuando sabes que todo lo malo pasa, y que ya se está alejando: Estás vivo, y no sólo eso, sino que además te alegras de estarlo.
jueves, 24 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
Sorteando los riscos
El puente se ha desmoronado. Los riscos terminaror por destruírlo en el último derrumbe.
La niebla es espesa, y no podré ver cuándo volverá a producirse el siguiente.
La senda es fina y escarpada, si doy un paso en falso podría caer por el abismo.
Grito y pido auxilio, pero sólo me contesta el eco.
Miro hacia mis pies, estoy temblando. Me acurruco en el suelo y me abrazo las rodillas.
No hay nada que hacer, si no me lleva la locura, acabará conmigo el frío que siento.
Vuelvo a gritar, con la esperanza de que alguien me conteste.
No recibo respuesta. Al final rompí a llorar.
De la nada me eco vuelve, pero no parece mi voz, ni son las mismas palabras que yo lancé.
La voz me pide que me tranquilice, que siga adelante, que no estoy solo en este camino.
"Te rendiste antes de pedir ayuda por tercera vez, y que si los riscos no te arroyaron, aún puedes dar un paso, y a veces las sendas no están en línea recta, ni hay puentes, a veces hay que descender para poder subir. Que el cielo no siempre presenta su mejor cara, como tampoco es siempre de día, que debemos caminar un poco más despacio. Pero sobre todo, lo más importante, que siempre hay alguien al otro lado del abismo, que también grita al vacío esperando tu respuesta".
La niebla es espesa, y no podré ver cuándo volverá a producirse el siguiente.
La senda es fina y escarpada, si doy un paso en falso podría caer por el abismo.
Grito y pido auxilio, pero sólo me contesta el eco.
Miro hacia mis pies, estoy temblando. Me acurruco en el suelo y me abrazo las rodillas.
No hay nada que hacer, si no me lleva la locura, acabará conmigo el frío que siento.
Vuelvo a gritar, con la esperanza de que alguien me conteste.
No recibo respuesta. Al final rompí a llorar.
De la nada me eco vuelve, pero no parece mi voz, ni son las mismas palabras que yo lancé.
La voz me pide que me tranquilice, que siga adelante, que no estoy solo en este camino.
"Te rendiste antes de pedir ayuda por tercera vez, y que si los riscos no te arroyaron, aún puedes dar un paso, y a veces las sendas no están en línea recta, ni hay puentes, a veces hay que descender para poder subir. Que el cielo no siempre presenta su mejor cara, como tampoco es siempre de día, que debemos caminar un poco más despacio. Pero sobre todo, lo más importante, que siempre hay alguien al otro lado del abismo, que también grita al vacío esperando tu respuesta".
Mari Tiffany, crónicas de una choni.
Como siempre, el sol vuelve a salir, pero antes, los berridos de mi vieja, ordenándome que me levante.
Pereza, sí, me da mucha pereza volver al tuto, y más después de haber cateado cinco y tener que repetir 4º de la ESO.
Al menos no estaré sola, tengo a la Pistacha.
-María Estefanía, me cago en tu puta madre, ¿Quieres levantarte de una vez?-vociferó la loca de mi madre una vez más-. Ya puedes espabilar este año, porque como suspendas te quio la moto.
Sí, ese es mi nombre. Me lo pusieron por mi tía abuela por parte de madre, aunque yo prefiero que me llamen Mari Tiffany o Mari a secas.
Como pude me levanté, trasteando en el cuarto. Joder, tenía tanto sueño.
Era el primer día, quería causar buena impresión, así que iba a ir sencilla, pero sin caer en la vulgaridad.
Me puse mi top de leopardo, con unos pitillos rosas, unas botas de pelo de oso polar, y el pelo Melo recogí en un tupé y moño, junto con mi cinta de pelo favorito de color amarillo fosforito.
Tenía muchas ojeras de haberme pasado gran parte de la noche chateando por el messenger con Fran, “El broncas”.
Me tiene loquita, como besa, como se lo monta. Es el típico chulico que sabe como hacer que una mujer se sienta mujer, deseada, y se nos lleva a todas de calle, menudo bandido.
Y una buena tranca.
Siempre que lo hacíamos en su buga me destrozaba el potorro.
Me hice la raya egipcia en los ojos y me pinté los labios de rojo pasión, ahora el piercing de mi labio superior lucía mucho mejor.
Era como Marilyn Monroe morena y en guapa, vamos, dónde va a parar.
Bajé corriendo al comedor, mi madre volvió a examinarme con la mirada. Siempre lo hacía, estaba margada y tenía que amargarme a mí.
-Estefanía, por favor, ¿Dónde vas así?-exclamó, dándome mi vaso de cola-cao-. Podrías ir un poco menos cantosa, pareces un Pokemon.
-Mama, no me rayes.
-No empecemos, que luego te quejas de que te castigo-bufó.
-Ya no me quejo, porque al final me acabas dejando salir.
Le di un sorbo al tazón.
-Pues eso se va a acabar-sentenció-. Este año te vas a poner las pilas. Nada de hacer el vago en esta casa.
-Tranquila, en un año cumplo los dieciocho y me piraré de este puto infierno de casa.
-¿Es que acaso te falta algo?-espetó, furiosa-. Siempre tienes un plato sobre la mesa, dinero para salir y ropa que ponerte. No te falta de nada.
-Sí que me falta-afirmé-, que me dejes en paz. Me piro por no verte el jeto, que eres una pesada.
-Estefanía., no me des la mañana-bramó, lanzando al suelo varias cosas que había sobre la mesa.
-¡Que pases de mí, colega! ¿No lo entiendes o te hago un dibujo?-respondí, me di media vuelta, y me piré del comedor.
Me dirigí a la entrada, cogí las llaves, me puse la mochila y arreando a clase.
Siempre me calienta la olla, ¿No tiene suficiente con su patética vida y me tiene que joder a mí? Me tiene envidia por ser joven y guapa. A la Pistacha le pasa lo mismo, aunque por suerte mi madre no se pasa la tarde entera pegada a la botella de Pacharán, y las mañanas apareciendo borracha en bata y ropa y interior en cualquier calle del pueblo, dando el cante.
La última vez estaba cantando coros rocieros en la puerta de la iglesia.
Mi madre sólo es pesada.
Me subí en la moto, no sin antes mirarme en el espejo retrovisor y asegurarme de que iba impecable.
Pasé de ponerme el casco, porque podría estropearme el peinado.
Iba to’ contenta y motivada escuchando a Camarón por el manos libres del móvil, cuando a dos calles del tuto se me cruzó esa gilipollas, la ojos de sapo.
Lástima que no la reventé contra el asfalto. Di un derrape frente a ella.
-¿Eres idiota o qué?-vociferó, histérica y con el corazón en la boca-. Estate atenta, casi me atropellas.
-¡Eh, tranquilita, que no te ha pasado na’!-quité hierro al asunto.
Qué asco la tengo, es una imbécil, ojala se muera o algo.
-Además vas sin casco, ¿eres consciente de que te puedes matar?-me reprendió con aires de sabiendo. Devolvió la mirada a la acera, divisando a un grupo de lerdas como ella que venían corriendo a socorrerla-. Como se entere tu madre verás.
-Si mantienes la boca igual de cerrada que las piernas no se enterará-contesté.
Toma corte.
Se alejó sin decir nada con sus amigas de Dolce&Gabbana.
Metí un acelerón y seguí mi camino.
Cuando aparqué la moto me acerqué a la puerta del insti. La pistacha vino corriendo a saludarme. Nos dimos un fuerte abrazo y comenzamos a chillar como cerdos en San Martín.
-Nena, pensaba que nunca vendrías-me ofreció un cigarro-. Si me toca a mi sola tragar con estos niñatos me da algo.
-Tía, no te dejaré sola-contesté-. Me he entretenido por culpa de la ojos de sapo.
-Tu vecina es una mierda viva. Anda ya y que la den por culo.
-Eso mismo digo yo.
-Dicen que viene un pavo nuevo a nuestra clase-me notificó-. Se comenta que estuvo en un reformatorio por haberle dado un navajazo al cartero.
-¡Hostia!-exclamó-. Qué mal rollo.
-¿Mal rollo?-repuso la Pistacha-. A mí se me hace el Chichi agua por conocerle.
-Andas siempre pensando con la raja-me carcajeé-. Menuda puta.
-Yo, al menos, no le chupé el coño a la Yanira-escupió-.
Odiaba ese temita.
-¡Eso no es verdad!-me defendí-. Las dos nos tiramos al Javi al mismo tiempo, pero ni nos tocamos.
-Te estoy vacilando-se bufó-. Es que me he fumado un peta de buena mañana para calmar los nervios.
Se empezó a reír como si fuese una yegua.
La verdad es que la Pistacha es más fea que el cagar: Un pelo “rubio”, totalmente lleno de mierda, con mechones acartonados.
Los dientes súper amarillos, aunque más bien tirando a marrones.
Una nariz de bruja, y un cuerpo escuálido.
Lo único que la gente valora de ella son sus tetas, porque no es ni lista ni guapa.
No es mala pava, pero tiene muchas tonterías.
Su familia está desestructurada desde que su padre, dueño de una empresa de frutos secos, les abandonó por irse con una brasileña con tetas de silicona, cuando ella apenas tenía diez años.
Vive falta de afecto desde entonces, hasta que le crecieron las tetas.
No ha dejado de recibir afecto por parte de los tíos desde entonces.
Ha tenido dos abortos, ha cogido hongos, clamidia y herpes varias veces.
-A ver si este año pasa rápido-suspiré.
El timbre sonó y entramos en el tuto.
Todos en clase se giraron al vernos pasar.
Normal, somos las más malotas. El año pasado forramos a hostias a un lerdo que vino de intercambio desde Alemania.
Eso le pasa por no saber español. Si le hablo, que me conteste, joder.
Una puta gorda granuda me bloqueó el paso. La empujé, no te jode, cuando quiero pasar, pues paso.
-¿Qué haces, subnormal?-me replicó.
Cuando la miré se achantó y murmuró algo que no pude escuchar. La íbamos a tener.
La Pistacha y yo nos sentamos al final de la clase, mientras el resto seguía a su bola hablando junto a la puerta.
-Este año tenemos a la choni de mi vecina-le oí decir a la ojos de sapo.
-Pobre, demasiado tiene que ser verla por tu calle para encima tragarla aquí-comentó un gafotas engominado del grupo de la ojos de sapo.
Carraspeé. Me estaba encendiendo.
-Seguro que el primer día de clase la lía-dijo la gorda granuda, incorporándose en la conversación-. A mí me acaba de empujar.
-Lo mejor es ignorarla-aconsejó la ojos de sapo-. Si sólo busca problemas.
Anes de que pudiese levantarme para romper bocas, entró un profesor lechuguino, acompañado de un tío cachas y pelao lleno de piercings.
-Vayan sentándose, por favor-dijo el profesor mientras dejaba su maletín sobre la mesa.
El nuevo se sentó dos filas por delante de donde estábamos nosotras dos.
A mí no me pareció nada del otro mundo, pero la Pistacha se había puesto burra.
Se pasó toda la clase mandándole papelitos, pero él no le contestó ni uno solo. El profesor de matemáticas, presentado como Braulio, se hartó del numerito y confiscó la última nota que le había lanzado la Pistacha, leyéndola en voz alta, dejándola en el ridículo más absoluto:- Tengo la boca muy grande, me caben hasta dos enteras.
La clase rompió a reír el profeso no se acababa de creer lo que había leído. Se ruborizó.
-Señorita…Contreras-dijo, fijándose en el letrero que había sobre la mesa de la Pistacha, de los cuáles nos hizo escribir con nuestros nombres y apellidos para familiarizarse con nosotros-. Por favor, cíñase a los algoritmos neperianos y no piense en el acto de la cópula, por favor, o al menos, no mientras estemos en clase.
-Si todo eso le entra en la boca, imagina lo petado que tendrá el chocho-comentó un pajillero de la clase.
-Así van algunas, que vergüenza-lamentó una amiga de ojos de sapo.
-Yo sé lo que tengo que hacer-contestó la Pistacha-. Tú da tu clase, y yo a lo mío. Yo no te molesto y tampoco a mí, y así iremos de puta madre.
Pereza, sí, me da mucha pereza volver al tuto, y más después de haber cateado cinco y tener que repetir 4º de la ESO.
Al menos no estaré sola, tengo a la Pistacha.
-María Estefanía, me cago en tu puta madre, ¿Quieres levantarte de una vez?-vociferó la loca de mi madre una vez más-. Ya puedes espabilar este año, porque como suspendas te quio la moto.
Sí, ese es mi nombre. Me lo pusieron por mi tía abuela por parte de madre, aunque yo prefiero que me llamen Mari Tiffany o Mari a secas.
Como pude me levanté, trasteando en el cuarto. Joder, tenía tanto sueño.
Era el primer día, quería causar buena impresión, así que iba a ir sencilla, pero sin caer en la vulgaridad.
Me puse mi top de leopardo, con unos pitillos rosas, unas botas de pelo de oso polar, y el pelo Melo recogí en un tupé y moño, junto con mi cinta de pelo favorito de color amarillo fosforito.
Tenía muchas ojeras de haberme pasado gran parte de la noche chateando por el messenger con Fran, “El broncas”.
Me tiene loquita, como besa, como se lo monta. Es el típico chulico que sabe como hacer que una mujer se sienta mujer, deseada, y se nos lleva a todas de calle, menudo bandido.
Y una buena tranca.
Siempre que lo hacíamos en su buga me destrozaba el potorro.
Me hice la raya egipcia en los ojos y me pinté los labios de rojo pasión, ahora el piercing de mi labio superior lucía mucho mejor.
Era como Marilyn Monroe morena y en guapa, vamos, dónde va a parar.
Bajé corriendo al comedor, mi madre volvió a examinarme con la mirada. Siempre lo hacía, estaba margada y tenía que amargarme a mí.
-Estefanía, por favor, ¿Dónde vas así?-exclamó, dándome mi vaso de cola-cao-. Podrías ir un poco menos cantosa, pareces un Pokemon.
-Mama, no me rayes.
-No empecemos, que luego te quejas de que te castigo-bufó.
-Ya no me quejo, porque al final me acabas dejando salir.
Le di un sorbo al tazón.
-Pues eso se va a acabar-sentenció-. Este año te vas a poner las pilas. Nada de hacer el vago en esta casa.
-Tranquila, en un año cumplo los dieciocho y me piraré de este puto infierno de casa.
-¿Es que acaso te falta algo?-espetó, furiosa-. Siempre tienes un plato sobre la mesa, dinero para salir y ropa que ponerte. No te falta de nada.
-Sí que me falta-afirmé-, que me dejes en paz. Me piro por no verte el jeto, que eres una pesada.
-Estefanía., no me des la mañana-bramó, lanzando al suelo varias cosas que había sobre la mesa.
-¡Que pases de mí, colega! ¿No lo entiendes o te hago un dibujo?-respondí, me di media vuelta, y me piré del comedor.
Me dirigí a la entrada, cogí las llaves, me puse la mochila y arreando a clase.
Siempre me calienta la olla, ¿No tiene suficiente con su patética vida y me tiene que joder a mí? Me tiene envidia por ser joven y guapa. A la Pistacha le pasa lo mismo, aunque por suerte mi madre no se pasa la tarde entera pegada a la botella de Pacharán, y las mañanas apareciendo borracha en bata y ropa y interior en cualquier calle del pueblo, dando el cante.
La última vez estaba cantando coros rocieros en la puerta de la iglesia.
Mi madre sólo es pesada.
Me subí en la moto, no sin antes mirarme en el espejo retrovisor y asegurarme de que iba impecable.
Pasé de ponerme el casco, porque podría estropearme el peinado.
Iba to’ contenta y motivada escuchando a Camarón por el manos libres del móvil, cuando a dos calles del tuto se me cruzó esa gilipollas, la ojos de sapo.
Lástima que no la reventé contra el asfalto. Di un derrape frente a ella.
-¿Eres idiota o qué?-vociferó, histérica y con el corazón en la boca-. Estate atenta, casi me atropellas.
-¡Eh, tranquilita, que no te ha pasado na’!-quité hierro al asunto.
Qué asco la tengo, es una imbécil, ojala se muera o algo.
-Además vas sin casco, ¿eres consciente de que te puedes matar?-me reprendió con aires de sabiendo. Devolvió la mirada a la acera, divisando a un grupo de lerdas como ella que venían corriendo a socorrerla-. Como se entere tu madre verás.
-Si mantienes la boca igual de cerrada que las piernas no se enterará-contesté.
Toma corte.
Se alejó sin decir nada con sus amigas de Dolce&Gabbana.
Metí un acelerón y seguí mi camino.
Cuando aparqué la moto me acerqué a la puerta del insti. La pistacha vino corriendo a saludarme. Nos dimos un fuerte abrazo y comenzamos a chillar como cerdos en San Martín.
-Nena, pensaba que nunca vendrías-me ofreció un cigarro-. Si me toca a mi sola tragar con estos niñatos me da algo.
-Tía, no te dejaré sola-contesté-. Me he entretenido por culpa de la ojos de sapo.
-Tu vecina es una mierda viva. Anda ya y que la den por culo.
-Eso mismo digo yo.
-Dicen que viene un pavo nuevo a nuestra clase-me notificó-. Se comenta que estuvo en un reformatorio por haberle dado un navajazo al cartero.
-¡Hostia!-exclamó-. Qué mal rollo.
-¿Mal rollo?-repuso la Pistacha-. A mí se me hace el Chichi agua por conocerle.
-Andas siempre pensando con la raja-me carcajeé-. Menuda puta.
-Yo, al menos, no le chupé el coño a la Yanira-escupió-.
Odiaba ese temita.
-¡Eso no es verdad!-me defendí-. Las dos nos tiramos al Javi al mismo tiempo, pero ni nos tocamos.
-Te estoy vacilando-se bufó-. Es que me he fumado un peta de buena mañana para calmar los nervios.
Se empezó a reír como si fuese una yegua.
La verdad es que la Pistacha es más fea que el cagar: Un pelo “rubio”, totalmente lleno de mierda, con mechones acartonados.
Los dientes súper amarillos, aunque más bien tirando a marrones.
Una nariz de bruja, y un cuerpo escuálido.
Lo único que la gente valora de ella son sus tetas, porque no es ni lista ni guapa.
No es mala pava, pero tiene muchas tonterías.
Su familia está desestructurada desde que su padre, dueño de una empresa de frutos secos, les abandonó por irse con una brasileña con tetas de silicona, cuando ella apenas tenía diez años.
Vive falta de afecto desde entonces, hasta que le crecieron las tetas.
No ha dejado de recibir afecto por parte de los tíos desde entonces.
Ha tenido dos abortos, ha cogido hongos, clamidia y herpes varias veces.
-A ver si este año pasa rápido-suspiré.
El timbre sonó y entramos en el tuto.
Todos en clase se giraron al vernos pasar.
Normal, somos las más malotas. El año pasado forramos a hostias a un lerdo que vino de intercambio desde Alemania.
Eso le pasa por no saber español. Si le hablo, que me conteste, joder.
Una puta gorda granuda me bloqueó el paso. La empujé, no te jode, cuando quiero pasar, pues paso.
-¿Qué haces, subnormal?-me replicó.
Cuando la miré se achantó y murmuró algo que no pude escuchar. La íbamos a tener.
La Pistacha y yo nos sentamos al final de la clase, mientras el resto seguía a su bola hablando junto a la puerta.
-Este año tenemos a la choni de mi vecina-le oí decir a la ojos de sapo.
-Pobre, demasiado tiene que ser verla por tu calle para encima tragarla aquí-comentó un gafotas engominado del grupo de la ojos de sapo.
Carraspeé. Me estaba encendiendo.
-Seguro que el primer día de clase la lía-dijo la gorda granuda, incorporándose en la conversación-. A mí me acaba de empujar.
-Lo mejor es ignorarla-aconsejó la ojos de sapo-. Si sólo busca problemas.
Anes de que pudiese levantarme para romper bocas, entró un profesor lechuguino, acompañado de un tío cachas y pelao lleno de piercings.
-Vayan sentándose, por favor-dijo el profesor mientras dejaba su maletín sobre la mesa.
El nuevo se sentó dos filas por delante de donde estábamos nosotras dos.
A mí no me pareció nada del otro mundo, pero la Pistacha se había puesto burra.
Se pasó toda la clase mandándole papelitos, pero él no le contestó ni uno solo. El profesor de matemáticas, presentado como Braulio, se hartó del numerito y confiscó la última nota que le había lanzado la Pistacha, leyéndola en voz alta, dejándola en el ridículo más absoluto:- Tengo la boca muy grande, me caben hasta dos enteras.
La clase rompió a reír el profeso no se acababa de creer lo que había leído. Se ruborizó.
-Señorita…Contreras-dijo, fijándose en el letrero que había sobre la mesa de la Pistacha, de los cuáles nos hizo escribir con nuestros nombres y apellidos para familiarizarse con nosotros-. Por favor, cíñase a los algoritmos neperianos y no piense en el acto de la cópula, por favor, o al menos, no mientras estemos en clase.
-Si todo eso le entra en la boca, imagina lo petado que tendrá el chocho-comentó un pajillero de la clase.
-Así van algunas, que vergüenza-lamentó una amiga de ojos de sapo.
-Yo sé lo que tengo que hacer-contestó la Pistacha-. Tú da tu clase, y yo a lo mío. Yo no te molesto y tampoco a mí, y así iremos de puta madre.
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