El prólogo es siempre el comienzo de todo.
No importa el ambiente en el que se desarrolle, si es una noche de tormenta, una cálida playa de las costas de California; una fábrica abandonada, o una abarrotada disqueta con aroma a cubata y cigarrillo.
A veces, todo empieza con un drama, y página tras página se va enredando cada vez más, hasta que se crea un borrón imposible de limpiar.
Por más que queramos, no podemos terminar cada página en el punto deseado, o llevar la historia al desenlace anhelado.
En ocasiones el libro cae al agua, hay pasiones que lo envuelven en llamas, manos que fueron amigas y lo hacen añicos.
Y ahí sigue el libro con el prólogo en blanco, esperando a que vuelvan a escribirlo.
Las historias se truncan, pero siempre pueden escribirse de nuevo. Las manos magulladas se posarán firmes.
Siempre habrá algo bueno que contar. Letras palpadas que nos alegruen el corazón y engrandezca el alma. El prólogo es sólo el principio. Érase una vez...