domingo, 23 de mayo de 2010

La vida

Hoy, como de casualidad, después de mucho tiempo sin ver televisión como Dios manda, intentando evadirme de mi propia mente, comencé a ver el último capítulo de una serie que veía hacía varios años, y que, con el desgaste del tiempo, acabó aburriéndome.
A veces, en determinadas ocasiones, una frase pronunciada en el momento idóneo, venga de donde venga, te hace reaccionar, y plantearte a veces todas aquellas cosas que has hecho o, por el contrario, las que estén por llegar.
Lo importante de la vida no es el destino, sino el trayecto. Cuánta razón.
El tren puede parar en cualquiera de las múltiples paradas, puede ser un viaje largo, que cruce sinfín de regiones, que atraviese montañas, que se haga en una madrugada, o a la víspera del amanecer.
Puede que el vagón se caiga a trozos, también es probable que sus pasajeros antes de bajarse hagan bandalismo salvaje, que los tapetes de los asientos desgarrados se queden así para siempre.
Pero cuántas anécdotas, qué de gente sube y baja del mismo vagón. Hay gente a la que no le importa lo que dure el viaje, les gusta ese tren y no tienen intención de hacer transbordo para que otro más rápido les lleve a donde quieran.
Y que lo más importante es la historia que conduce aquella vieja locomotora, que se mantenga firme, sin salir del carril, aunque se averíe, siga moviendo sus chirriantes ruedas de metal oxidado. Que las mejores maletas que se llevan en el viaje son todas y cada una de las pruebas superadas, los clichés abandonados, la estela de los sueños que dimos por imposibles.
En la oscuridad de la cabina, cuando ya se acerque la medianoche, poder encender una pequeña bombilla y contemplarse las manos sangrantes de haber estado conduciendo sin parar, y en lugar de berrear, simplemente alegrarse y pensar: Que fue un placer el haber hecho el viaje poniendo empeño en ello; porque mientras alguien te recuerde siempre serás eterno.